El viejo Alia, llegó a la granja como siempre, después de las nueve, vio la puerta destrozada e imaginó lo peor, a toda prisa recorrió la casa, vio la sangre en el piso de la cocina, las huellas de barro de las botas militares por toda la casa y al fin encontró a Darko, tirado en la cama del cuarto del primo Nikola, desnudo y apenas cubierto por una sábana sucia, tenía 39 grados de temperatura y sudaba copiosamente, “que te paso, mi niño...”, “cuéntale a este viejo que más tiene que soportar en esta vida miserable” le dijo Alia con los ojos llenos de lágrimas y con la voz entrecortada, “se llevaron a Nikola... a Nikola” fue todo lo que el muchacho pudo decir antes de quedar inconsciente de nuevo, “malditos militares, maldita la hora en que permití que Alia se convirtiera en uno de esos criminales” gritó desgarradoramente el viejo cayendo de rodillas y con las manos en el rostro.
Buscó la ropa del muchacho y la encontró desgarrada en la cocina, vio en una esquina la ropa interior del muchacho e inmediatamente buscó uno de los fusiles que su hijo Alia había llevado unos días antes y salió de la casa en dirección a las colinas gritando maldiciones contra el ejército y haciendo disparos al aire, cuando de repente cayó en un enorme charco que lo cubrió de agua hasta el pecho, el baño inesperado lo sacó del trance de rabia y le hizo pensar en Darko quien estaba inconsciente en un cuarto de la casa, como pudo salió del hueco y corrió hacia la casa, cubrió al muchacho, sacó el desvencijado automóvil y partió a la ciudad a buscar un médico.
Janez Dubrik era un viejo médico que había servido durante cuarenta y cinco años en el ahora destruido hospital general de Prijedor, era amable y certero en sus tratamientos. El anciano trataba de sintonizar su televisor cuando oyó un toque desesperado en su puerta, avanzó lentamente y preguntó quien llamaba, “Kratcij, Alia Kratcij” escuchó a través de la desvencijada puerta, abrió y Alia lo tomó de los brazos y lo condujo al automóvil, Darko estaba recostado en el asiento trasero, “creo que lo violaron, ha estado inconsciente y con mucha fiebre” explicó al doctor Dubrik, “¿Cuantos años tiene?” preguntó el médico, “dentro de cinco días cumple quince” dijo sollozando el viejo Alia, “es una desgracia esta guerra, nos friega a todos” acotó el anciano mientras caminaba a su casa en busca de sus instrumentos, “Consigue agua fría y unas vendas” le dijo mientras regresaba con un maletín en las manos y el estetoscopio colgado en el cuello. Después de reanimar al muchacho, empezó a auscultarlo, determinó que sólo eran contusiones no muy graves y que la fiebre se debía a que tenía fracturas en una pierna, le curó las heridas y le entablilló la pierna, “debes llevarlo a la frontera con Croacia allá hay un hospital de campaña de la Cruz Roja y pueden ponerle yeso en la pierna y darle más medicinas, aquí no tenemos ya nada de eso, dale estas pastillas para la fiebre y mantenlo fresco, debe descansar toda la noche, sácalo de aquí temprano por la mañana, cuando llegues al campamento de la Cruz Roja, dile a los médicos que vas de parte mía, tengo algunos amigos trabajando ahí que te pueden atender rápido, yo quisiera ir a ayudarlos pero estoy muy viejo para eso y prefiero morir en mi casa” dijo el médico encogiéndose de hombros. Alia le dio las gracias al médico, subió al auto y se puso en marcha, eran las doce y treinta cuando llegó a la granja, puso a Darko en su cama y se quedo vigilante toda la noche, dándole vueltas a las ideas de venganza, el ejército le había matado a su esposa en un accidente, le había llenado de basura la cabeza a su hijo mayor, le había secuestrado a su sobrino al que quería como a un hijo y le había robado cruelmente la inocencia a su hijo menor, suficientes motivos para querer matarlos a todos y hacerles sufrir lo mismo que él sentía esa noche.
A las seis de la mañana, sacó a Darko de la cama, lo llevó al auto y se puso en marcha a la frontera, después de atravesar un camino lunar y escuchar explosiones, disparos y con el terror de pensar que podría terminar con una bala perdida en la cabeza, llegó al campamento de la Cruz Roja, se bajó del auto, tomó al muchacho en sus brazos y lo llevó a la tienda principal. Una fila de heridos esperaban su turno por atención, los médicos italianos, franceses, suizos, alemanes y suecos no se daban abasto, la sangre escaseaba y los enfermos y heridos llegaban por decenas, el espectáculo era funesto, terrible y profundamente desalentador. Alia se las arregló para pasar la fila aún con el cuerpo convaleciente de su hijo. Dijo que venia de parte del doctor Dubrik de Prijedor, “¿el viejo Dubrik todavía esta vivo?” preguntó un asombrado enfermero, “Por suerte así es” contesto Alia agradecido de haber encontrado a alguien que conocía el médico que lo había recomendado, el enfermero llevo a Darko a una camilla, le examinó la pierna, preguntó que medicamento estaba tomando, llamó a una enfermera para que lo ayudara con la escayola, en treinta minutos todo estaba listo, llamaron a un médico italiano quien examinó el trabajo, le tomó la temperatura y la presión sanguínea y procedió a recetarle los medicamentos para la fiebre y la inflamación, “vaya a la tienda número siete, ahí esta la despensa de medicinas, presente esta orden y regrese dentro de una semana” dijo el médico en italiano y una de las enfermeras se encargó de traducir.
jueves, 24 de septiembre de 2009
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