lunes, 12 de abril de 2010

Frías Cenizas Parte VIII (Final)

Dos meses después, ya recuperado de la herida de batalla, pidió permiso al comandante para ir a visitar a su tío. Llegó a la granja un poco antes del almuerzo, un tibio olor a comida bien preparada salía de la cocina, la tía Zvonimira que había tenido que salir de Prijedor hacía cinco días cuando el edificio donde vivía se vino abajo en un estruendo de morteros y explosiones de gas, ya estaba instalada en la granja de su cuñado y se dedicaba a preparar con esmero la comida, cuando vio una sombra en la puerta, de inmediato la señora que había perdido peso y estaba un poco desaliñada, pero con el buen humor intacto, giró la cabeza y vio a un conmovido Nikola quien ya la suponía muerta o refugiada en Croacia, “Ven acá, dale un abrazo a tu tía niño malcriado”, le dijo cariñosamente, los dos se perdieron en un tumulto de abrazos, exámenes para ver si no habían heridas, preguntas, bendiciones a la Virgen y por un momento olvidaron que estaban en guerra y que a pocos kilómetros todavía estallaban bombas y sonaban estrepitosamente los tanques arrasando indiscriminadamente lo que encontraban a su paso.

El viejo Alia estaba enfermo con un tremendo resfriado y Darko quien se había recuperado un poco de su pierna y ya había soltado una de sus muletas, no se dieron cuenta de que había llegado su primo. La tía le dijo que la ayudara a poner la mesa y que no hiciera ruido, que quería darle la sorpresa a los dos.
Juntos pusieron los platos y los pocos tenedores, la ensalada y el guisado que despedía un olor irresistible estaban en el centro de la mesa, “Vengan a comer” dijo la señora, al poco rato apareció Darko y el viejo Alia, quien a pesar de estar todavía resfriado pudo sentir el penetrante olor del guiso, Darko preguntó por el plato extra y la tía le dijo que era una sorpresa, pero que no preguntara más y se sentara para servirle los alimentos. En eso estaba cuando en el umbral apareció Nikola, vestido de civil y con una sonrisa de oreja a oreja, lo dos tiraron los tenedores y salieron a saludar efusivamente al primo, se fundieron en un abrazo y en un mar de lágrimas, lo invitaron a sentarse y a que los pusiera al tanto de todo lo ocurrido.

Después de comer, pasaron a la sala, que ya con un toque femenino tenía flores, cortinas en las ventanas y estaba bastante limpia, Nikola les contó con lujo de detalles lo que Alia había hecho con el oficial y que también sabía que a menos que huyera a Hungría o a Rumania, tarde o temprano lo atraparían o lo cazarían como a un ciervo y pondrían su cabeza como trofeo en el campamento de Prijedor para que sirviera de ejemplo. El viejo Alia, quien aunque sentía dolor por su hijo, no había podido perdonarlo, dijo que el destino que su hijo mayor había escogido ya estaba echado y que si le tocaba morir como un animal salvaje era porque en eso se había convertido hacía ya mucho tiempo. Darko en cambio sentía el dolor de perder a su hermano y se imaginaba que lo mismo le podía pasar a Nikola en cualquier batalla.

La conversación cambió de tema cuando la tía Zvonimira apareció con galletas y con chocolate caliente, cosas que solo ella sabía donde conseguir en medio del zafarrancho de la guerra, no le importaba que sobre su cabeza le pasaran silbando los cohetes y las esquirlas, ella era incansable en su afán del buen comer y todos le agradecían a la providencia que estuviera con ellos en esos duros momentos. Además sus platos eran de una sazón tan especial que en toda Bosnia era imposible encontrar otra comida igual.
“¿De dónde sacas estas cosas si afuera apenas hay calles y mucho menos mercado?”, preguntó un intrigado Darko, “Una vieja solterona como yo ha tenido mucho tiempo para hacer contactos”, dijo Svonimira sonriente y con un brillo particular en los ojos.
“Y, si es verdad que tienes tantos contactos, ¿crees que podrías sacarnos algún día de aquí… tía?” preguntó Nikola, “Ojalá esto termine pronto, mi querido Nikola, porque mis amigos de la cocina no son muy buenos en las relaciones diplomáticas”, rió la tía con una carcajada sonora pero que de gracioso no tenía nada.

Siguieron comiendo y riendo por un buen rato hasta que llegó la hora del postre, Svonimira había preparado pastel de arándanos, el postre favorito de Jelka, Nikola sintió en ese momento que todos los recuerdos de su madre volvían a su cabeza, no pudo contener las lágrimas. “¿Es que acaso no te gustan los arándanos?, vamos mira que no son cebollas” dijo Svonimira, “No es eso tía, es que me acuerdo mucho de mi madre, eso es todo”, concluyó Nikola. Todos comprendieron que era hora de dejar al muchacho por un rato solo con el fantasma de su madre para que conversaran en ese silencio que únicamente entienden las personas que han perdido lo que más amaron en su vida.