domingo, 1 de febrero de 2009

Frías Cenizas Parte III

Darko creció prácticamente solo, aprendió todas las mañas de la vida antes que todos los demás niños de su generación, su hermano tuvo que prestar el servicio militar y como le gustó el asunto decidió quedarse en los cuarteles, su padre a quien le había fallado el cálculo del tiempo que les tomaría recoger el dinero suficiente para reconstruir la granja, pasaba en por lo menos tres trabajos diferentes al mismo tiempo, así que Darko aprendió todo lo que pudo del primo Nikola que era cuatro años mayor que él, de sus compañeros de la escuela y de los libros que se encontraba por ahí.

Cuando tenía catorce años, el mundo que él conocía quedó patas arriba, escuchó la noticia, según los medios oficiales, de que el muro de Berlín, que solamente conocía por fotografías, había sido derrumbado por una horda de neo hippies alemanes hasta el tuétano de cerveza, y en menos de dos años observó a sus vecinos musulmanes empezar a verlo con recelo cuando caminaba cerca de ellos y de pronto, el país que había nacido como el Reino de los Eslavos del Sur y que había sido el modelo de la convivencia y la mutua tolerancia entre tres religiones, se desintegró en un abrir y cerrar de ojos, los hermanos de sus amigos, los padres y tíos de sus amigos y sus amigos mismos hablaban de la Gran Serbia, que ellos eran superiores a todos los demás y que a la fuerza de las balas lograrían construir un país sólo para ellos, el Ejército Federal, que ahora era únicamente serbio estaba asediando Sarajevo, los cohetes estaban haciendo añicos los edificios históricos de la ciudad y miró por la televisión como la milenaria biblioteca de Sarajevo se hacia humo llevándose consigo siglos de historia en sus invaluables manuscritos. Escuchaba como las personas que antes había visto como intachables y muy amigables con todo el mundo, se expresaban terriblemente de los musulmanes, croatas y bosnios, de cómo habían destazado a un bosnio musulmán en las afueras de Prijedor y lo que habían hecho con su casa y con sus hijas, estaba horrorizado, y lo peor de la guerra aún estaba por venir.

Había caído la peor tormenta en meses, las aguas estaban por todos lados, el pavimento destruido por los torpedos y por el paso de los tanques estaba convertido en un lodazal intransitable que parecía pegamento. La pequeña casa, que desde hacia cinco años servía de hogar para Darko, Alia padre y el primo Nikola que ya rondaba los dieciocho años y tenía que esconderse para no ser reclutado por el ejército federal, era lo único que un ya muy cansado Alia había podido reconstruir de la granja familiar, estaba a causa de tanta agua y granizo aislada del resto de pueblo, los caminos de tierra habían desaparecido debajo de tres pulgadas de sedimento arrastrado desde las peladas colinas vecinas, multitud de baldes se amontonaban en el piso llenos hasta el tope de agua de las goteras que las piedras levantadas por las bombas y las esquirlas de granada habían hecho en el desvencijado techo. A pesar de todo, los Kratcij tenían suerte de tener un techo donde pasar el agua y las demás calamidades, Darko sabía de muchas familias de Prijedor que habían tenido que mudarse forzadamente, de otras tantas que ya no tenían casa y de multitudes que habían tenido que salir como refugiados a países vecinos, Darko y Nikola pasaban terribles horas de ocio, porque como ya no había escuela a donde ir y tampoco había trabajo, lo único que quedaba era pasar el tiempo husmeando entre los despojos de la ciudad y el poco bosque que quedaba, a los militares en sus grotescas tareas de limpieza étnica.

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